Por RODRIGO LLANO ISAZA
No sé por qué extraña razón Jorge Gómez Pinilla no aceptó que yo le contara el testimonio que me dio Rommel Hurtado García. Cuando se lo volví a decir, simplemente me dijo que se le había olvidado en ese mar de complicaciones que tenía por ese tiempo. No importa, aquí lo consigno.
Corría el año 2009, se cumplían veinte años del asesinato de Luis Carlos Galán Sarmiento y el entonces diputado por Risaralda y hoy profesor e investigador de historia, Alonso Molina Corrales, me invitó a Pereira a pronunciar un discurso en su homenaje en la ciudad de Pereira.
Faltando pocos días para el viaje me llamó Rommel Hurtado, a quien yo había conocido cuando trabajaba en INCELT porque Rommel era muy amigo de don Jaime David Dreszer, por su alvarismo, y me dijo que se había enterado de que iba para Pereira, pero me pedía que aterrizara en Armenia viajando en el primer vuelo, y él me llevaba hasta Pereira, porque necesitaba hablar conmigo. Yo me desempeñaba como Veedor Nacional del Partido Liberal Colombiano.
Cambié el tiquete y aterricé en el aeropuerto El Edén de la ciudad milagro, salí a la calle y nadie me estaba esperando. Entonces, llamé a Rommel y le dije: “Pendejo, ¿a qué me hizo venir si no vino por mí? Espéreme, ya lo recojo”, fue su respuesta. A los diez minutos llegó Rommel en una camioneta pequeña de platón que él manejaba, estaba en piyama y me llevó hasta su finca, que había convertido en hotel. Y me ordenó desayuno, a las 7:30 de la mañana.
“Necesitaba hablar contigo porque eres el Veedor Nacional del Partido Liberal y es preciso que sepas lo que te voy a contar. El Quindío está en manos de unos bandidos a quienes yo he denunciado y ya hice meter a la cárcel a David Barros Vélez, pero también debes saber que voy a hacerle quitar la investidura a Amparo Arbeláez, quien hoy está de senadora del liberalismo y es muy amiga tuya”.
Rommel me mostró todo tipo de papeles, licitaciones, confrontaciones de precios, denuncias ante la Procuraduría y la Fiscalía contra ellos, yo lo escuché con atención y sin interrumpirle. A las 9:30 am, le dije: “Rommel, llevas dos horas hablando y he escuchado todo lo que me dices, pero yo no vine sino a hacerte una sola pregunta: ¿Quién mató a Álvaro Gómez?”.
Rommel se puso muy nervioso, se metió las manos en los bolsillos de atrás y se puso a caminar por el inmenso comedor, sudaba y de pronto se devolvió con prisa y me dijo: “venga lo llevo a Pereira, me baño, me visto y lo llevo. No me muevo de aquí”, le contesté, hasta tanto me respondas.
“Contéstame primero: ¿Qué parte tuvo Samper en el crimen? NADA”, me contestó tajante. “¿Qué parte tuvo Serpa en el crimen? En parte, me respondió”. Le dije, “no Rommel, uno en un crimen está o no está, eso no es como metiendo la puntica, ¿fue o no fue culpable?”. Y así respondió: “La parte de Serpa fue que él se puso a decirle a todo el mundo que Gómez no los dejaba gobernar y eso se lo repetía hasta el cansancio a las gentes de su entorno; si un escolta le pedía un préstamo, la respuesta de Serpa era ‘no lo podemos hacer porque Álvaro Gómez nos denuncia’. Y así fue creando un clima contra Gómez, en una parte de gentes sin mucha moral y ellos fueron los que se encargaron de ejecutar el crimen”.
“¿Pero eso hace cómplice a Serpa del asesinato?”, Le pregunté y me respondió: “claro que sí, porque fue creando el clima para que apareciera el espontáneo que ejecutó el crimen”.
“De manera que, si te hago un comentario y tú vas y matas a un parroquiano, ¿el asesino soy yo?, no Rommel no seas tan irresponsable”.
“Mirado así, pues no lo sería, pero sus comentarios fueron el detonante” -dijo Rommel.
“Me queda claro -le dije- que Serpa tampoco tuvo nada que ver. Más bien hablemos de algo que conoces muy bien porque hacías parte de los conspiretas con Hugo Mantilla, Hernán Echavarría Olózaga y unos militares en ejercicio. Cuando ustedes fueron donde Álvaro Gómez y le ofrecieron la presidencia de la junta cívico-militar que le daría a Samper un golpe de Estado y él con su ambigüedad característica creyó haberles dicho que no, ustedes creyeron que sí aceptaba. ¿No fue ahí cuando Gómez firmó su sentencia de muerte? Porque ya lo sabía todo, los conocía a todos y si hablaba sería el final para todos ustedes. Tanto que ahí el loco Hugo Mantilla, a quien conozco hace muchos años, puso pies en polvorosa y se fue a esconder a Suiza”.
Rommel se paró como un resorte y llamó a una de las niñas que hacía el aseo en el hotel: “fulanita (no recuerdo el nombre), tráigame de mi mesa de noche los dos computadores pequeños”. La empleada fue, los trajo, Rommel los conectó y encendió y me dijo “te voy a mostrar algo que nadie conoce. ¿Recuerdas cuando me detuvieron por el proceso 8.000 y me llevaron a la cárcel La Picota, a las casitas que hay entrando a mano izquierda? Pues un día me llegó esta nota que guardo escaneada, era de unos condenados que había en un patio de dicha cárcel. La nota decía: Doctor Hurtado, como usted es pariente del doctor Álvaro Gómez, queremos contarle quien lo mató”.
Rommel me aclaró: “como sabes, yo no soy pariente de Álvaro Gómez, pero decidí escucharlos y cité a los cuatro un día a las 8 a.m. Como yo no era el pariente me comuniqué con Enrique Gómez Hurtado, le conté lo que había pasado y le dije que llegara a mi casa-celda con media hora de anticipación para que los tipos no lo vieran. Llegado el día, Enrique madrugó y lo metí al baño. Cuando llegaron los cuatro fascinerosos, los senté y les dije: yo no soy pariente de Álvaro, el que sí es hermano es el doctor Enrique y aquí se los tengo, hablen con él en confianza que lo que ustedes le digan se queda aquí. Según esos tipos, el asesinato lo planearon unos sujetos del DAS que tenían relación con los escoltas de Serpa y es por ahí por donde ustedes tienen que encauzar la investigación”.
Curiosamente, Enrique Gómez en su libro Por qué lo mataron no se refiere a esta ida a la casa-celda de Rommel ni a los cuatro fascinerosos. ¿Por qué lo ocultó? Vaya uno a saber.
“Me estás mintiendo, Rommel, y les estás guardando la espalda a los verdaderos autores de ese crimen”, le respondí. “Contéstame, ¿por qué Hugo Mantilla se voló para que no lo interrogaran? ¿Por qué había un vehículo del comandante de la brigada de Bucaramanga cerca de la universidad Sergio Arboleda? ¿Por qué don Hernán Echavarría se les apartó a ustedes después de la reunión en el apartamento de Álvaro Gómez?”.
“Definitivamente no hablemos más, ven te llevo a la terminal de transportes para que te vayas en un taxi para Pereira”, me dijo Rommel. Apagó sus dos computadores, entró a su cuarto, se puso una sudadera, se montó a su camioneta y me dijo “venga lo llevo”.
Me monté a la camioneta y en el trayecto le dije: “Te estás guardando la verdad, tú sabes quién mató a Álvaro y te niegas a confesarlo”. No me quiso responder, llegamos a la terminal, me bajé y nunca más volví a verlo.
Hasta un día en horas del mediodía, cuando Carlos Dreszer llamó a contarme que habían asesinado a Rommel Hurtado en Armenia.