El fútbol como deporte espectáculo es una actividad en la que confluyen los deseos y las pasiones que despiertan en la hinchada, así como los conflictos que se crean y se recrean dentro de una sociedad en la que se asume como el deporte nacional. En Colombia se suele asumir el fútbol como el deporte nacional, pese a que el nivel de los clubes y seleccionados de mayores (hombres) es más bien modesto en cuanto a triunfos internacionales.
Sobre el balompié colombiano en particular confluyen las taras culturales de una sociedad violenta, clasista, racista y misógina, a lo que se suma que está moralmente confundida. De ahí las disímiles formas de violencia que se presentan dentro y fuera de los estadios. Al final, a la liga colombiana se le asume como una válvula de escape para esos sectores de la sociedad que afrontan y exhiben graves problemas en sus procesos civilizatorios. Más evidentes en los estratos bajos, pero igualmente visibles en los sectores de clase media.
A los estadios se suelen llevar las amarguras, frustraciones, animadversiones, intereses económicos y pasiones que suelen afectar la imagen del fútbol, así como las propias dinámicas institucionales (deportivas) desplegadas para asegurar la operación de la industria futbolera. Hace más de 30 años ir al estadio era un plan familiar. Ahora constituye un riesgo latente, por la cantidad de desadaptados que ingresan a ver los partidos.
Desde los tiempos aquellos en los que el país supo de la connivencia de las autoridades del fútbol y de los dirigentes de varios equipos del rentado con agentes del narcotráfico, sobre el torneo recaen señalamientos de compra de árbitros y arreglo de partidos. El episodio de la reventa de boletas para los partidos de la Selección y la mala imagen de los dirigentes del fútbol colombiano me hacen pensar en que lo mejor es no volver al estadio. Como tampoco ver los partidos por televisión.
Aunque las figuras mafiosas de los carteles de Bogotá, Cali y Medellín ya salieron de circulación, los cuestionamientos siguen vigentes, porque la sociedad colombiana de tiempo atrás validó el ethos mafioso que acompaña a los ejercicios de la política, la economía y el periodismo deportivo. No es necesario recordar a aquellos periodistas deportivos que cohonestaron y se beneficiaron económicamente de la vida ostentosa de los mafiosos de antaño.
Justamente, el periodismo deportivo de hoy casi todos los fines de semana registra hechos turbios alrededor de los partidos. Penales y fueras de lugar dejados de sancionar, que llevan a concluir que la opacidad moral del pasado se mantiene como marca indeleble. La llegada del VAR, por ejemplo, en lugar de asegurar los máximos de justicia deportiva, ya genera suspicacias en periodistas y aficionados, especialmente cuando la Dimayor no autoriza la publicación de los audios de las discusiones de jugadas polémicas. De igual manera, la llegada de las apuestas y el patrocinio mismo de la liga de una casa de apuestas (BetPlay) se presta para dudas sobre si los resultados en las canchas obedecen a una sana competencia o a posibles arreglos de los partidos, o a la aparición de inconcebibles “errores” arbitrales.
Todo lo anterior es el marco en el que suele darse la competición en una liga profesional como la colombiana, que deportivamente está muy lejos de ofrecer los espectáculos deportivos que exhiben ligas como la inglesa y la española, para nombrar a las dos mejores del planeta.
Mientras que el fútbol europeo en general ofrece velocidad, gran técnica en sus jugadores, profesionalismo y por esa vía aseguran un espectáculo digno de apreciar, el torneo colombiano suele ofrecer lo contrario: lentitud, jugadores marrulleros, violencia excesiva, equipos que parecen de segunda división, partidos cortados y canchas en mal estado, entre otros. De esa manera no se asegura un espectáculo que valga la pena. Si no fuera por el registro periodístico-noticioso de las jornadas y las exageraciones en las que incurren comentaristas y narradores, apreciar el fútbol colombiano se volvería más tedioso de lo que ya es. Sería un verdadero soporífero. Por todo lo anterior, hace ya varios años dejé de ver fútbol.
@germanayalaosor