«Hay una nación, un Estado ideal, bien manejado, con pobladores respetuosos de la ley y administradores probos, cuidadosos de que los recursos alcancen. Un día alguien resaltó sus símbolos patrios, pero habló mal del himno nacional: que era muy feo, y que sería bueno pensar en cambiarlo. A partir de ese momento, toda conversación comenzaba o terminaba en la discusión de si tocaba cambiar el himno porque era horrible y no reflejaba los valores y el sentir nacional.
» El líder, viendo la situación incómoda que se producía siempre que se reunían sus pobladores, puesto que todo era felicidad y dicha, excepto porque el clamor de buena parte de los ciudadanos era que tocaba cambiar el himno, decidió convocar a sus mejores compositores y músicos para que propusieran una nueva obra que sirviera de nuevo símbolo nacional.
» Así fue. Uno de los más insignes artistas obsequió a esta floreciente nación un himno creado con lujo de detalles para que representara lo más valioso de su historia y de su cultura. Y a partir de ese momento, cuando fue presentado el nuevo himno, los habitantes empezaron a lamentarse por el himno anterior, el más lindo, el más representativo, y exigieron que se les devolviera lo que habían perdido».
Este cuento infantil se parece al embeleco frente a la salud. Primero, que nadie atiende, que el paseo de la muerte, que meses para una cita especializada, que las IPS en la quiebra y las EPS se roban la plata y la gastan en otras vainas.
Por décadas, el clamor al unísono ha sido que el sistema de salud no funciona y que toca cambiarlo; y aparece entonces la propuesta del cambio, y resulta que ahora sí tenemos el mejor sistema del mundo, que pobrecitas las sufridas EPS, que déjenlas si ellas quieren patrocinar las campañas al Senado.
Y así es con todo, como si la esencia de la vida fuera la queja: que la situación terrible, que así no se puede, que cuánta inseguridad. ¿Para cuándo el verdadero cambio en Colombia si no cambia la lectura, el análisis y la actitud?
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