Regresó a Colombia Salvatore Mancuso Gómez, el otrora temido jefe paramilitar, amigo de altos oficiales del Ejército, de políticos y empresarios; el mismo que en 2004 llegó al Congreso de la República acompañado de sus compañeros de fechorías, Ramón Isaza y Ernesto Báez. Llegaron vestidos de saco y corbata, vestuario asociado a la “gente de bien”, como congresistas y políticos a los que llaman «doctor”. Imagino también que los tres asesinos llegaron embadurnados de costosas lociones con las que el efecto Lady Macbeth cobraba vigencia en la psiquis de estos criminales.
Eran los tiempos de la Seguridad Democrática, política que terminó consolidando a Mancuso como agente bisagra entre las estructuras paramilitares y agentes estatales. La presencia de los tres comandantes paramilitares se dio como abrebocas para legitimar los marcos legales con los que se lograría someter la justicia colombiana, a las necesidades y exigencias de los líderes de las AUC.
Entonces, vendría el “proceso de paz” entre el gobierno de Álvaro Uribe Vélez y las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). No hubo tal proceso de paz porque los paramilitares jamás fueron el enemigo del Estado. Y la paz se hace con el enemigo. Al final, todo fue un engaño, una mentira: de los 14 mil hombres en armas que reconoció tener bajo su mando Carlos Castaño (1998), se “desmovilizaron” 32 mil paramilitares. Sin duda alguna se vendieron “franquicias” a narcos y traquetos para hacerlos pasar como combatientes. Baste con recordar la falsa desmovilización de la estructura Cacique Nutibara en 2003 para entender lo que pasó en Santafé de Ralito.
Vuelve Mancuso Gómez 16 años después de haber sido extraditado por quien según el mismo exparamilitar recibió apoyo económico, político y electoral de las estructuras paramilitares: Uribe Vélez. Sobre su extradición circularon dos narrativas: la oficial, del gobierno de la época, que indicaba que su extradición se produjo porque estaban delinquiendo desde el lugar en el que estaban pernoctando mientras transcurría el fallido proceso de paz; y la otra, la no oficial, que explica que el envío a los Estados Unidos de por lo menos 14 comandantes de las AUC se produjo para callar la verdad que Justicia y Paz y ahora la JEP han corroborado: la connivencia entre agentes del Estado y los paramilitares, para cometer delitos de lesa humanidad, como masacres, desplazamiento forzado y tortura, entre otras conductas.
Vuelve al país con 59 años y con el ánimo de continuar aportando verdad a la JEP, como agente bisagra que esa misma jurisdicción de paz le reconoció para aceptar su sometimiento. Sus aportes ensucian no solo al expresidente y expresidiario antioqueño, sino a políticos, empresarios y militares que trabajaron de la mano para arrebatarles, a sangre y fuego, las tierras a campesinos: por lo menos 6 millones de hectáreas de tierra, entregadas a ganaderos y latifundistas. A lo que hay que sumar los 7 millones de desplazados que dejaron sus incursiones armadas, las masacres y un centenar de desaparecidos, muchos de estos cremados en sus ya famosos hornos crematorios.
Sin la arrogancia del pasado, Mancuso pisa nuevamente el suelo de su patria para terminar sus días con la zozobra de que en cualquier momento puede sufrir un atentado. O los miembros de su familia. Triste final para quien creyó que estaba salvando a Colombia del fantasma del comunismo.
Volvió Mancuso escoltado por quienes representan las instituciones que en el pasado estuvieron sometidas a sus órdenes y caprichos. Mancuso, como agente bisagra, puso en operación la “violencia legítima del Estado” en el marco de su pérfido y mentiroso proyecto contrainsurgente con el que se presentaron ante la sociedad. Al final, una parte importante de esa sociedad, con el concurso de los medios masivos, lo elevó a la condición de Héroe, junto a sus compañeros de andanzas.
Mancuso desperdició su vida echando bala y creyendo en la amistad de los políticos, militares y empresarios que niegan hoy haberlo conocido. Despilfarró su juventud al igual que Marulanda Vélez (Tirofijo), Rodrigo Londoño, alias Timochenko, y los vejestorios del ELN. No lograron nada positivo para el país. Como tampoco dejaron nada positivo para los colombianos los oficiales y suboficiales que se sometieron a la JEP para reconocer que se convirtieron en victimarios de por lo menos 6402 jóvenes asesinados y presentados como guerrilleros caídos en combates (falsos positivos).
Muy seguramente envejecerá con una pesada carga sobre su conciencia de guerrero arrepentido. Mancuso fue una ficha más del engranaje de un establecimiento que se sirvió de él, para consolidar el régimen criminal que operó en Colombia hasta el 2022. Recordemos que el fenómeno paramilitar se originó en los años 80.
Eso sí, lo único que le podemos reconocer a Salvatore Mancuso Gómez es que, gracias a él, supimos y aprendimos que entre nosotros existieron y quizás existen aún, militares, empresarios y políticos bandidos, verdaderos criminales perfumados, que nos avergüenzan como compatriotas. Los mismos que deben en estos momentos estarse lavando sus sucias manos, impregnadas de sangre de campesinos inocentes. Estos «honorables» ciudadanos deben lavarse las manos compulsivamente, para tratar de quitarse de encima sus culpas. Sin duda, sobreviven bajo el efecto Macbeth.
@germanayalaosor