Por JORGE SENIOR
No hay peor escenario que Twitter para tratar de debatir con argumentos. No obstante, esa plataforma se ha convertido en el ágora digital donde se delibera sobre la coyuntura política. Esta semana estalló una discusión sobre la política pública de Ciencia, Tecnología e Innovación (CTI) en el nuevo gobierno venidero, mientras la comisión de empalme de Minciencias avanza en su tarea a puerta cerrada.
El florero de Llorente fue un documento titulado “Sistema Nacional de CTI para el buen vivir, el vivir sabroso y el ejercicio efectivo de una democracia multicolor”, una propuesta firmada por ocho personas, entre ellas la aspirante a ministra de Ciencias, Irene Vélez y su padre Hildebrando Vélez, ambos integrantes de comisiones de empalme. Los firmantes se presentan como Grupo gestor en SNCTI del Pacto Histórico y pertenecen al sector Soy porque somos, que lidera la vicepresidenta electa Francia Márquez.
Al igual que sucedió con Mabel Torres, primera ministra de CTI nombrada por Duque, quien a nombre de los “saberes ancestrales” violó los criterios básicos de la investigación clínica, en esta ocasión los indefinidos “saberes ancestrales” volvieron a ser epicentro de la discusión. (Nota: respecto al caso de Mabel Torres y los “saberes ancestrales” escribí seguidilla de tres columnas en enero de 2020, la primera de las cuales se puede leer aquí). Así pues, se desató una oleada de críticas contra el documento provenientes de la comunidad científica colombiana que ya se encuentra en alerta. Quizás la más notoria fue la columna de Moisés Wasserman en El Tiempo, titulada ‘Ciencia hegemónica’ y ‘justicia epistémica’ (recomiendo leerla aquí), donde crítica esos dos conceptos muy discutibles. Sin embargo, Wasserman se equivoca al considerar que el documento representa una política oficial del Pacto Histórico, cuando en realidad sólo es la propuesta de un sector. Independientemente de que Wasserman sea opositor al nuevo gobierno, su crítica está fundamentada y eso toca reconocerlo. Por tanto trataré de no repetir sus argumentos, sino añadir otros.
El documento no parte de hacer un diagnóstico serio del estado de la ciencia, la tecnología y la innovación en Colombia y de sus políticas públicas. Es desde esa evaluación analítica que se puede examinar lo que se debe corregir, mejorar, cambiar o incluso eliminar si fuese el caso. Hay una especie de “adanismo” en el escrito, como si se estuviera descubriendo el diálogo de saberes, el enfoque de género, el criterio de respetar el contexto cultural y el entorno ambiental, la crítica al eurocentrismo, los cuales no son novedad, pues ya se vienen manejando, aunque puedan ser susceptibles de críticas constructivas para mejorar. Curiosamente no hay una crítica a la visión neoliberal que ha predominado en nuestro Sistema Nacional de CTI desde 1995, con excepción del período 2002-2004 cuando el enfoque CTS (ciencia, tecnología y sociedad) promovido por la OEI tuvo su auge en Colciencias. Soy partidario de retomar el enfoque CTS+i, pero eso sería tema para otra columna.
El documento pretende enmarcarse en el programa y la visión del nuevo gobierno del Presidente electo, Gustavo Petro, lo cual es pertinente, pero se regodea en algunos aspectos, como los “saberes ancestrales” y olvida o relega otros. Cierto es que hay una deuda histórica, social y ambiental que el nuevo gobierno intentará reparar, incorporando a sectores marginados a las posibilidades del desarrollo sostenible, a través de la presencia integral del Estado en la Colombia profunda y posibilitando el protagonismo de los sectores excluídos. Ese es un criterio transversal a todos los ministerios, por tanto hay que precisar la división del trabajo y no echar toda la carga sobre el Ministerio de CTI que hasta ahora ha tenido un presupuesto raquítico. Por cierto, aspiramos a que en este nuevo gobierno alcancemos la anhelada meta parcial del 1% del PIB en gasto e inversión públicas en CTI (aparte de la inversión privada).
Ahora bien, el gobierno progresista de Petro también se propone potenciar el capitalismo moderno, productivo e innovador, lo que implica priorizar y financiar enfáticamente la I+D+i que incremente la productividad y la competitividad de nuestro aparato productivo. Los viejos anhelos redistributivos de la izquierda son plenamente legítimos, pero sólo son factibles sobre la base de generar valor e incrementar la riqueza. La diferencia con el neoliberalismo es que el Estado en la visión progresista debe jugar un papel regulador bajo el concepto de que la creación de riqueza no es mérito exclusivo del capital, lo que implica un reconocimiento del trabajo como creador de riqueza. Cómo lograr la mejor sinergia Capital –Trabajo es punto clave del Acuerdo Nacional. Pues bien, esta visión está ausente del documento de marras.
El problema de fondo del documento es que está profundamente sesgado por ciertas ideologías de moda en el mundillo académico estadounidense, europeo y latinoamericano, especialmente dentro de las ciencias sociales. Al estudiarlo se nota la influencia del posmodernismo, el denominado “pensamiento decolonial” y otras corrientes que permean los movimientos identitarios. A tal vertiente de la “izquierda” la califico de oscurantista por sus veleidades anticiencia. Ideas que, a la postre, resultan ser más neoconservadoras que progresistas.
Lo más grave es que estas corrientes tienen una visión equivocada sobre el conocimiento científico y cómo se determina su validez, un asunto filosófico con poderosas implicaciones prácticas. Desconocen el rigor cuando insinúan que es el poder político, económico y militar el que define qué es válido como conocimiento. Confunden la ciencia como institución con la ciencia como saber y también confunden ciencia con tecnología. Al hacerlo niegan la verdad objetiva, desconocen la universalidad de la ciencia, consideran que la verdad es siempre relativa al contexto. Eso puede ser cierto en algunos casos de las ciencias sociales, pero está muy lejos de serlo para la generalidad de las ciencias. El discurso sobre “saberes ancestrales” vagamente definidos, aprovecha un buen criterio político -la inclusión de los marginados del desarrollo- para meter un gol ideológico: la desvalorización de la ciencia. El resultado sería un desastroso autogol para Colombia, un país que necesita más ciencia y tecnología rigurosa y de calidad si queremos salir del subdesarrollo. Ahí está el Este Asiático como evidencia.