En un análisis para CAMBIO, el sociólogo Luis Eduardo Celis recordó ese 28 de julio de 2004, cuando el paramilitar Salvatore Mancuso pronunció un discurso en el Congreso, al que se le opuso el entonces senador Gustavo Petro, mientras Iván Cepeda, desde las graderías, levantaba la foto de su padre, Manuel Cepeda, asesinado diez años antes.
El 28 de julio del 2004 Salvatore Mancuso, en representación de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) y junto a otros jefes de esa organización, se hizo presente en el Congreso de la República con un discurso ante las plenarias de Senado y Cámara, en el momento en que adelantaba un proceso de diálogos y negociaciones con el gobierno del presidente Álvaro Uribe. Han pasado dos décadas y la paz en Colombia, de la que tanto habló en su discurso, sigue siendo un tema nacional.
Cuando se eligió el Congreso de la República en marzo del 2002, las AUC afirmaron que tenían el control de un tercio de esta instancia tan importante de la institucionalidad colombiana. En su momento, la noticia ocupó un pequeño espacio en la prensa y cinco años después sería un gran escándalo, cuando la Corte Suprema de Justicia inició indagaciones y juzgó a cerca de un centenar de parlamentarios por sus vínculos con esta estructura criminal en lo que se conoce como la parapolítica.
Las AUC fueron una confederación de redes criminales que adelantaron un férreo control de muchos territorios a sangre y fuego. Son responsables de una amplia victimización y estuvieron profundamente involucradas con el narcotráfico, el despojo de tierras y el reordenamiento de territorios para beneficio de poderosos intereses económicos y políticos.
Cuando Salvatore Mancuso pronunció su discurso en la plenaria del Congreso, en defensa del actuar de las AUC, hubo dos voces que se le opusieron: la del entonces senador Gustavo Petro y la del ciudadano Iván Cepeda, quien desde las graderías del Capitolio, de manera silenciosa, mantenía levantada la foto de su padre, el Senador Manuel Cepeda Vargas, asesinado en agosto de 1994, casi diez años antes, en una alianza entre agentes estatales, liderados por altos mandos militares y fuerzas criminales que luego confluirían en las AUC.
Sobre las AUC hay lecturas variadas en la sociedad colombiana: para unos son héroes que los defendieron de los atropellos de la guerrilla, para otros son unos bárbaros criminales que usaron motosierras y hornos crematorios y que fueron responsables de miles de homicidios, masacres y desplazamientos, violencia sexual y horrores sin nombre.
Las AUC intentaron legalizarse y pasar de agache frente a sus responsabilidades. Con el triunfo de Álvaro Uribe y su presidencia, sintieron que era el momento de legalizar el enorme poder que habían conquistado en más de una década de acción armada, aliados de importantes poderes económicos y políticos y con la complacencia de muchos sectores de la sociedad.
Lo que se inició como una gran operación de impunidad, terminó con la extradición de los más destacados jefes de las AUC, entre ellos Salvatore Mancuso, quien estuvo en prisión en los Estados Unidos desde el año 2008 y solo regresó a Colombia el pasado febrero. El balance de este proceso nos deja algo de verdad, algo de justicia, algo de reversión del enorme despojo de tierras y muchos territorios en donde el viejo poder de las AUC se sigue sintiendo con el reciclaje de esas viejas violencias, una buena parte agrupadas en las AGC, la más importante red criminal que se sigue expandiendo por el Caribe y el norte del país.
Hoy Salvatore Mancuso tiene otro tono y talante, reconoce sus responsabilidades, pide perdón de manera explícita a sus víctimas, ve en el Presidente Gustavo Petro un liderazgo legítimo para avanzar en una Colombia en paz y asume que puede trabajar por el desmonte de esos viejos poderes mafiosos que conoce desde adentro. Él, sin duda, puede ser un protagonista para avanzar en la paz y en la reconciliación.
De su discurso del 28 de julio del 2004, dos décadas después, hay un planteamiento que guarda plena vigencia. En ese momento dijo: “Colapsará nuestra nación, si no deja de cabalgar al abismo sobre el potro indomable y suicida de la injusticia social, la corrupción pública y privada, y la violencia como fórmula de resolver los conflictos sociales, políticos y económicos”. Sí, salir de la injusticia social, de la corrupción, del recurso de la violencia, son tres grandes retos plenamente vigentes.
La enorme tarea de una Colombia en paz, construyendo un orden social justo y democrático, con el cual no contamos, sigue siendo un derrotero de acción y una disputa en la sociedad colombiana, en donde hay poderosas fuerzas que se resisten al cambio, que no reconocen responsabilidades, que se siguen sintiendo cómodas en su actuar o que no aceptan los cambios que son necesarios en la vida política, económica y social de una Colombia que tiene mucho por transformar.
Salvatore Mancuso, dos décadas después de su discurso en el Congreso de la República, sigue siendo una voz protagónica para una Colombia en paz, que construya las bases de una reconciliación que sigue siendo un horizonte para una Colombia que poco a poco ha asumido el camino de la paz y la construcción de una democracia de calidad. Ambos procesos, construcción de paz y democracia, están íntimamente ligados.