Por LUIS EDUARDO CELIS
Cuando Juan Manuel Santos fue elegido presidente de Colombia en junio de 2010, tenía una convicción: era posible un acuerdo de paz con las FARC y el ELN. Santos no había construido una decisión firme en esa dirección, venia de ser ministro de la Defensa y esa era su convicción profunda y desde esa comprensión trazó una estrategia de actuación, a la cual se aplicó con total dedicación y dio los resultados que tenemos, fue posible un acuerdo de paz con las FARC y no fue posible avanzar con el ELN.
El presidente Santos trazó una estrategia para adelantar el proceso de paz: la prioridad son las FARC y en un segundo plano colocó al ELN, desde allí parte el proceso y los resultados que tenemos. Me pregunto: ¿era posible un proceso simultáneo y en dos mesas? Y mi respuesta es sí, eso era posible. Pero el presidente tomó otro camino.
La ruta trazada por Santos partía de que el ELN no estaba maduro para un proceso de negociaciones viable. En eso tenía razón, el ELN de 2010 y el de ahora en 2021 no ha construido una decisión firme de negociaciones. Entonces, la pregunta a resolver era y sigue siendo: ¿cómo podemos adelantar un proceso de diálogos y negociaciones con una organización que aún no tiene construida una firme decisión con tal propósito?
Un poco de historia para desarrollar el planteamiento de que el ELN no está maduro para una negociación viable, valoración en la que el presidente Santos tenía razón en 2010, y los que lo afirman hoy también están en lo cierto. El ELN nació con un proyecto de poder global, se empeñó en construir una fuerza militar y social, tuvo su mejor desempeño hasta mediados de los 90. Luego debió enfrentar a paramilitares y fuerza pública, y desarrolló varias guerras regionales entre 1995 y 2002. Allí están las grandes confrontaciones en el Oriente antioqueño, el Magdalena Medio, Bajo Cauca y Nordeste antioqueño, Cesar, Catatumbo. Esas confrontaciones regionales lo debilitaron, llegando a perder dos terceras partes de su fuerza en presencia territorial, mandos, combatientes y finanzas, un verdadero desastre.
Cuando llega el presidente Uribe en 2002 y le plantea un gran pulso militar a las FARC, el ELN es una fuerza totalmente debilitada. Entre 2002 y 2005 evalúan su situación, y concluyen que su proyecto de poder global, de imponerse derrotando al enemigo histórico, “la oligarquía colombiana aliada al imperialismo norteamericano”, no tiene ninguna viabilidad. Nada más serio que meterse a un proyecto de guerra donde se mata y se muere, de esta realidad de debilitamiento el ELN hace una reformulación estratégica de hondo calado, donde afinca su nuevo proyecto: ya el punto de mira del ELN no está en la derrota de su enemigo, se convence de que eso no es viable, ahora su proyecto es resistir y mostrarle a su enemigo que sigue viviendo y siendo parte de la vida del país. Y a fe que hay evidencia de que siguen vivitos y coleando, son un “Estado alterno” que en 2010 permanecía en 90 municipios y hoy se ha expandido a 140.
El ELN es una organización parada en su proyecto: “Resistencia armada”. Esto significa usurparle al Estado sus funciones en terrenos como seguridad, justicia y tributación, a su manera ilegal, pero en territorios y comunidades que conforman un importante bastión de la geografía nacional.
De otro lado, el ELN ha formulado una segunda definición: “explorar” el camino de la solución negociada. Es cierto queo ha abandonado su proyecto de “resistencia armada”, pero si está dispuesto a recorrer un proceso de diálogos y negociaciones. Y si ahí se construye un acuerdo de paz, está dispuesto a abandonar la resistencia armada y pasaría a una etapa de acción política sin armas.
Resumiendo: el presidente Santos leía bien al ELN, no han tomado una decisión firme de paz negociada. La realidad del ELN de 2010 y de 2021 es que no ven un camino viable, no perciben cuáles son los contenidos concretos que serían parte de un acuerdo de paz. Todo es gaseoso, inasible. Y frente a esta nueva realidad, cuando el gobierno de Iván Duque no cumple el acuerdo firmado con las FARC y siguen matando a los firmantes de paz, refuerza la desconfianza del ELN.
El presidente Santos tomó una sola ruta: la prioridad son las FARC, primero las FARC. Dedicó todos los esfuerzos, con un equipo estable y todos los recursos para adelantar ese proceso de paz. Y eso dio buenos resultados, porque las FARC tenían una decisión firme de paz. Tras su debilitamiento entre 1998 y 2008, las Farc tomaron una decisión: “no vamos a ganar, entonces vamos a negociar”. Muy diferente a lo que hizo el ELN: “no vamos a ganar, entonces vamos a resistir”.
Santos construyó una agenda con las FARC en seis meses, mientras con el ELN le llevó dos años y medio. Y aquí recomiendo la lectura del libro ¿Un proceso de paz inútil?, del general Eduardo Herrera Berbel. Santos firmó con el ELN una agenda el 30 de marzo de 2016 en Caracas y ese mismo día dijo que no iniciaría negociaciones si no liberaban al exgobernador del Chocó Odín Sánchez. Esto demoró once meses sin solución y termino en un “canje”: el ELN liberó a Odín Sánchez y el gobierno excarceló a dos integrantes del ELN que tenían graves problemas de salud.
Santos tuvo tres jefes negociadores en el difícil proceso con el ELN, y ya con muy poco tiempo para llevarlas adelante, solo se abrieron en febrero de 2017, cuando las FARC ya estaban el proceso de ubicación. Esto muestra la disparidad de ambos procesos.
Santos firmó una agenda con el ELN, con la cual no estuvo a gusto, pues quería una agenda dentro de la misma lógica firmada con las FARC: centrada entre el gobierno y el actor armado, mientras que la firmada con el ELN fue todo lo contrario, una agenda abierta y centrada en una dinámica de participación de la sociedad.
En estos días el expresidente Santos ha afirmado que fue el gobierno de Iván Duque el que no permitió que se concretará un cese bilateral con el ELN. Tiene razón, Duque en campaña y como presidente electo dijo con toda claridad: no comparto nada de cese bilateral, debe ser unilateral. Y a esa directriz se aplicaron los militares que estaban en la mesa, de manera realista.
Santos quiso dejar una mesa, una agenda y un cese bilateral, se aplicó a fondo en ello, pero para julio de 2018, su capital político era muy reducido, mientras que el presidente Duque había trazado una línea, y a esa se aplicaron juiciosamente los militares en la última ronda.
El ELN sí quiere recorrer el camino de la solución negociada, tiene un orden interno, el Comando Central (COCE) representa con mandato al conjunto de la organización, allí no están las dificultades.
El ELN tiene un mantra: bilateralidad, participación social amplia y diversa, transformaciones importantes y certezas. Con base en este mantra, pensemos en un proceso viable. En estos referentes es posible que un gobierno con decisión, estrategia, que crea en la participación de la sociedad y tenga propuestas de transformación para adelantar un proceso de paz viable, logre construir el camino que hoy el ELN no ve.