Por GERMÁN AYALA OSORIO
En el Congreso de la República se tramita por estos días el proyecto de ley (254 de Cámara y 019 de Senado, 2022) que reconoce a los campesinos como sujetos de especial protección por parte del Estado. A lo anterior se suma la discusión de la creación de la jurisdicción agraria que permita saldar litigios por tierras y se agilice el deseo otoñal de la Reforma Agraria. Estamos ante iniciativas legislativas de corte reivindicativo y con el peso de una deuda histórica que tenemos todos con el pueblo campesino.
En el centro de la acción reparadora está la tierra, reducida por unos cuantos a mero sustrato para explotar sin cesar y, con dicha acción, arrastrar al abismo a comunidades afros, campesinas e indígenas.
Estamos atados a la tierra porque nuestros abuelos la trabajaron y de esta fueron sacados, se vieron obligados a correr para salvar sus vidas. Luchas febriles y guerras fratricidas por quién la posee y la concentra con el afán de dominar los ecosistemas selváticos, para erigir sobre sus ruinas apellidos de patrones indiferentes a entender las complejas relaciones ecosistémicas entre animales y plantas; y poco proclives a comprender las rutas migrantes de especies que atraviesan páramos, madres viejas y cadenas montañosas.
Hemos maltratado a la tierra y a los campesinos. Quienes hoy se oponen a la reforma agraria, sentados en costosos escritorios y frías oficinas, o en haciendas donde esconden crímenes y dan rienda suelta a sus egos maltrechos, se han encargado de divulgar la narrativa maliciosa que les impidió reconocer a los campesinos como gente buena y bondadosa; por el contrario, esa narrativa daba cuenta de un campesino amigo de los guerrilleros o de los terroristas, porque tan cínica visión venía de los mismos patronos, ganaderos, caballistas, latifundistas y terratenientes, consumados enemigos del campesinado y de lo comunitario ancestral.
Bienvenidas pues esas acciones jurídico-políticas de reconocimiento al campesinado que se tramitan en esa corporación legislativa en la que estuvieron sentados y aún lo están, enemigos históricos de hombres y mujeres campesinas.
A esa frase que dice que Colombia es más territorio que Estado, le contrapongo esta: bendecida por la biodiversidad y la diversidad étnico-cultural, en Colombia escasean la empatía y el respeto por la Otredad.
Lo sucedido en el Valle del Cauca y en el valle geográfico del río Cauca bien sirve para explicar lo que unos pocos hicieron con campesinos, afros e indígenas. La apuesta agrarista-esclavista de los ingenios azucareros se sostiene y se explica así misma como un proyecto modernizante, desde principios del siglo XX, fuertemente anclado a una racionalidad blanca y europea con la que se violentó y se buscó aniquilar la cosmovisión de las comunidades campesina, indígena y afro.
@germanayalaosor