Por JORGE SENIOR
La más extraordinaria noticia científica de todos los tiempos se daría el día en que se descubra alguna forma de vida fuera del planeta Tierra. El fascinante tema de la vida extraterrestre se puede estudiar científicamente, a diferencia de lo que hacen los “ufólogos”, que son simples estafadores, como el señor Maussan que convirtió la Cámara de Diputados de México en el hazmerreír del mundo hace pocos días.
La astrobiología es la ciencia que estudia la posible vida fuera de la Tierra y constituye el puente hacia lo que podría llamarse “biología universal”. Por ahora la biología es una ciencia parroquial o doméstica, por decirlo así, pues su campo de estudio es un caso único: la biosfera terrestre y sus 4 millardos de años de historia. Para universalizar la biología el primer paso sería descubrir otra vida en nuestro Sistema Solar, puesto que entonces se podrían estudiar muestras. Y el segundo paso, que quizás podría suceder antes que el primero, es descubrir señales de vida en exoplanetas, que es como se denominan los planetas de otros sistemas solares. Y la buena noticia, amigo lector, es que quizás ya se descubrió la primera señal de vida, pero eso se los comento más adelante.
Primero hablemos de nuestro Sistema Solar. En este vecindario celeste hay varios candidatos a albergar formas de vida. Está el planeta Marte, por supuesto, el más parecido a la Tierra, donde hubo ríos y océanos de agua líquida en otras épocas. El planeta rojo ha sido explorado en las últimas décadas con satélites, rovers con brazos excavadores y hasta con un pequeño helicóptero llamado Ingenuity. Hasta ahora todo es promesa. La vida marciana, si es que la hay, no está a flor de piel.
El otro vecino es Venus, aparentemente más inhóspito que Marte, por su alta temperatura producida por un efecto invernadero intenso en su densa atmósfera. Sin embargo, es precisamente en su atmósfera donde un equipo de astrónomos utilizando los telescopios ALMA en Chile y el James Maxwell en Hawái, informó en 2020 haber detectado fosfina, que en la Tierra es producida por microbios anaeróbicos. Una de las líneas de investigación de la astrobiología es el estudio de bacterias extremófilas, capaces de sobrevivir en ambientes extremos. Sirve para tener en cuenta la más amplia gama de ambientes donde puede haber vida. Y la fosfina se detectó en una zona no tan caliente de la atmósfera venusiana, así que el hallazgo parecía prometedor. Cualquier molécula que sólo pueda ser producida por procesos biológicos se considera un biomarcador o biofirma. Y cuando hablamos de señales de vida nos referimos precisamente a la detección de biomarcadores. Ese era el caso de la fosfina. Entonces se puso en juego una característica de la ciencia: la replicabilidad. Distintos grupos de investigadores intentaron replicar la detección de fosfina en Venus y el resultado fue negativo. El notición de posible vida en Venus se desinfló, resultó ser un falso positivo.
Otros lugares que podrían ser aptos para la vida son los océanos bajo hielo de Europa, una luna de Júpiter, o en los satélites de Saturno, Titán y Encelado. De seguro estos sitios serán explorados en el segundo cuarto del siglo XXI.
El otro frente de búsqueda es mucho más lejano, pero con más opciones: los planetas que orbitan otras estrellas en nuestra región de la galaxia. Desde 1995 se han descubierto más de 5.500 planetas extrasolares utilizando dos métodos, el efecto Doppler y el tránsito o eclipse parcial. Casi la mitad de esos exoplanetas han sido descubiertos por medio del telescopio espacial Kepler. Eso prueba que los sistemas planetarios son muy comunes, por lo que el número de planetas en el universo observable debe ser del orden de cuatrillones. Así que por improbable que sea la vida, hay un buen chance de que exista en muchos lugares del cosmos.
Aquí es donde viene la reciente noticia que entusiasma a muchos: la detección por medio del telescopio espacial James Webb de la molécula Dimetilsulfuro (DMS) en la atmósfera del planeta hiceánico K2-18b a 124 años luz de distancia (eso es relativamente cerca). Un mundo “hiceánico” es un planeta con atmósfera de hidrógeno y océanos de agua líquida (la palabreja viene de hidrógeno y océano). En la Tierra el dimetilsulfuro es producido sólo por el fitoplancton, así que se le considera un biomarcador, aunque siempre cabe la posibilidad de que sea resultado de un proceso no biológico desconocido. Se necesitaría más de un indicio para afirmar con suficiente seguridad que hemos encontrado vida extraterrestre. Así que la investigación sobre este planeta K2-18b continuará ante la expectativa de científicos y ciudadanos en general.
Hay otros frentes en esta aventura, pero tienen que ver con algo más complejo que la mera vida: la existencia de civilizaciones tecnológicas no humanas. En esta línea de investigación se procura detectar señales en el espacio con características de producción artificial o encontrar en la Tierra evidencias de visitantes alienígenas en el presente o en el pasado. En esta última opción abundan los charlatanes y los falsos positivos, sin que hasta ahora se haya encontrado evidencia contundente alguna. En la primera opción sí predomina la investigación seria, como el famoso el proyecto SETI que se desarrollaba en el desaparecido Observatorio de Arecibo (ver columna). Sobre eso me sucedió una anécdota: cuando llegué a Puerto Rico y dije en la aduana que iba para el Observatorio de Arecibo, el funcionario sonrió y me dijo con sorna: “ah, viene a hablar con los extraterrestres”.
La vida es un fenómeno natural y así como surgió en la Tierra puede haberse generado en otros planetas, quizás con algunas variantes, por ejemplo con otra selección de aminoácidos. Su proceso de formación en la Tierra joven sigue siendo investigado y cada vez estamos más cerca de la respuesta. La hipótesis más fuerte es que se originó en inmediaciones de las fumarolas alcalinas en el fondo del océano. Si el lector quiere conocer más al respecto lo invito a leer en mi blog La mirada del Búho, la entrada sobre el origen de la vida.
Coletilla: desde esta columna El Unicornio felicita a la física colombiana Paola Pinilla, ganadora del premio Breakthrough por un trabajo en equipo sobre un tema relacionado con esta columna: la formación de sistemas planetarios.