De Sergio Fajardo se dice que es “tibio e irresoluto”. Por su decisión de irse a ver ballenas en el 2018 y de votar en blanco este próximo 19 de junio, se le atribuye un nivel importante de cobardía e irresponsabilidad política, a juzgar por la compleja coyuntura que afronta el país en estos momentos. Aunque es legítima la opción de votar en blanco, en un político profesional como él resulta por lo menos inconsecuente e indiferente ante la posibilidad no solo de que el uribismo siga en el poder, sino por los riesgos que representa un eventual gobierno del violento, misógino, atarván y acusado de delitos graves de corrupción, Rodolfo Hernández Suárez.
Su voto en blanco, hay que decirlo, está soportado, especialmente, en la molestia que le genera la derrota electoral que sufrió el espectral Centro político que jamás supieron sus compañeros consolidar; y consecuentemente, su presente desagrado está anclado en el golpe que ello significó para su enorme y taimado ego.
No voy a insistir en esta columna en esos “atributos” del exgobernador de Antioquia. Dedicaré estas líneas a develar lo que bien podría ser una confusión conceptual alrededor de la ética que arrastra de tiempo atrás este matemático que al parecer solo aprendió a dividir.
En reciente entrevista al diario El País de España, Sergio Fajardo contestó así al comentario que le hizo el periodista del periódico español: Petro dijo en los debates que a él sí le gustaría tenerlo a usted como ministro.
“Hay una incompatibilidad ética. Esa palabra le fastidia a muchas personas que dicen que es superioridad moral; no lo es. No puedo trabajar con una persona que al diferente lo tiene que destruir. No quiero una persona como él siendo presidente de mi país”.
La probable confusión ética o quizás el acomodaticio carácter con el que asume eso de la ética, parte de una realidad que Fajardo no podrá refutar: hizo parte del llamado uribismo, admiró en su momento a Álvaro Uribe Vélez, cuestionado no solo por sus vínculos con el paramilitarismo y el narcotráfico, sino por liderar procesos productivos y de gran minería, obviando y cercenando la institucionalidad ambiental. Pero quizás el hecho más importante en términos de una ética ecológica es que Sergio Fajardo participó y cohonestó con el proyecto, hasta el momento fallido, llamado Hidroituango.
Así, por estar inscrito en las toldas del desarrollo agro extractivo y por supuesto, a un modelo económico atado a los intereses corporativos, a Fajardo poco le importaron los efectos negativos que dejó la construcción del señalado proyecto hidroeléctrico. No tuvo en cuenta los impactos ecológicos que sufriría el ecosistema hídrico llamado río Cauca, así como las conexiones comunitarias y las propias internas de ese valioso y complejo ecosistema. Desechó las denuncias hechas por el Movimiento Ríos Vivos, liderado por la hoy congresista Isabel Cristina Zuleta. Es decir, Fajardo Valderrama jamás desarrolló un pensamiento ambiental coherente y sujeto a los nuevos tiempos y derroteros que como seres humanos debemos acompañar por cuenta del cambio climático.
Sergio Fajardo cae en un reduccionismo alrededor de la ética. Al estar anclado en una postura antropocéntrica, no advierte la contradicción en la que se viene hundiendo poco a poco, como si estuviera en tierra movediza. La ética-política a la que hizo referencia en la respuesta dada al periodista la separa, sin reparo alguno, de la ética ecológica en la que hoy se sostiene el ecocentrismo.
Fajardo exhibe un conocimiento fragmentado de la realidad y de los problemas del ser humano y de su presencia dominante en el planeta. Es posible que tenga razón en el perfil autoritario y mesiánico que le atribuye a Gustavo Petro, como también es probable que ese señalamiento y su resquemor hacia el candidato presidencial del Pacto Histórico esté soportado en que, contrario a él, Petro sí tiene claro que el país no puede seguir insistiendo en proyectos hidroeléctricos, altamente disruptivos como el que el Fajardo aupó irresponsablemente cuando fungió como gobernador de Antioquia.
El señor Sergio Fajardo no consolidó un pensamiento sistémico del que bien podría derivar una ética ecológica y de manera concomitante una ética política que le permita pensar en un modelo de desarrollo distinto para el país. Cuando tome la decisión de volver a Nuquí a ver ballenas, le recomiendo que lleve de presente que estos enormes cetáceos, como innumerables especies de fauna y flora, están en riesgo por cuenta de un desarrollo a todas luces insostenible, desde una perspectiva sistémica.
@germanayalaosor