Sí, somos simios

Por JORGE SENIOR

Estimado lector, usted es un simio.  Se lo digo en la cara, de frente y sin aspavientos, como se deben decir las verdades.  Pero se lo digo con mucho cariño y admiración. Y hasta con orgullo, pues yo también soy un simio y cada 24 de noviembre celebro el Día del Orgullo Primate. Esa fecha fue escogida por dos razones: (1) por la publicación en 1859 de una las obras cumbres en la historia de la humanidad, El origen de las especies de Charles Darwin; y (2) por el descubrimiento en 1974 por parte de Donald Johanson del fósil de una hembra de Australopithecus Afarensis que recibió el nombre de Lucy por una canción de los Beatles dedicada sutilmente al LSD.

Un simio hembra, que al parecer responde al nombre de Esperanza Castro -aunque no tiene esperanza de ser castrista- está viviendo su cuarto de hora de fama infame en las redes sociales, donde es comidilla de todas, todes, todis, todos y todus. Todo porque en su ignorancia supina de uribista consagrada pretendió insultar a la vicepresidente de la República con el calificativo de “simio”, sin saber que el calificativo es correcto y no un insulto, cual era su pretensión marcadamente racista, como evidencian el resto de declaraciones soeces que emitió y que ahora la tienen en complicada situación judicial. 

En efecto, Francia Márquez es un simio como yo, tú, él, ella, nosotros, vosotros y ellos. Todos los autodenominados Homo Sapiens. No lo digo yo, lo dice la ciencia, la taxonomía o sistemática actual soportada por la biología evolutiva y la genética.  Y si aceptamos el concepto popular de “raza” (que no es científico) podemos afirmar que los negros son simios.  También son simios los blancos. Y los amarillos, sean chinos o japoneses. Y los semitas, sean árabes o judíos. Y hasta los arawak, los karib y los chibchas. Y también nosotros, los mestizos de raza cósmica.

Los humanos somos simios porque pertenecemos al infraorden de los simiformes (también se escribe con doble i: simiiformes).  Y si quieres conocer más de tu filogenia te invito a mi blog aquí. A los simios o simiformes anteriormente se les llamaba antropoides y en el habla popular, aún hoy, “monos”, como también se les llama en Colombia a las personas rubias de piel “blanca”.  Por ejemplo, si yo menciono a Jorge Hernández Camacho, gran científico colombiano, pocos compatriotas lo reconocen.  Pero sí digo “el mono” Hernández…. bueno, tampoco lo reconocen, pero los botánicos sí, saben que es uno de los suyos, un gigante de la botánica nacional.

En una ocasión alguien me espetó que yo era un perfecto animal.  Le dije: gracias.  Sin duda quiso elogiarme, porque si hubiese querido insultarme tal vez me habría llamado vegetal, hongo o quizás protista.  Aunque esos son nuestros hermanos eucariotas, así que tampoco me hubiese parecido un insulto, al fin y al cabo, nosotros los animales somos como parásitos de los vegetales, esas maravillas de la naturaleza que atrapan la energía solar y la incorporan a los circuitos vitales de la biosfera, moviendo así la rueda de la vida.  Y todos los eucariotas son de una asombrosa complejidad.  Tanto así que soy de los que apuestan a favor de la existencia de vida en otros planetas, pero sólo vida bacteriana, pues la eucariota creo que sólo existe en la Tierra.  O bueno, qué se yo, el universo es ancho y ajeno. ¡Vaya uno a saber!

Así que estimado lector, animal simiesco, si quieres insultar a alguien compáralo con una bacteria.  O con una arquea.  Esos procariotas abundan por doquier y no tienen el esplendor sofisticado de nosotros, los finos eucaria.  Aunque pensándolo bien, ¿cómo puede ser un insulto que lo comparen a uno con su abuelo y abuela?  Y además, tenemos que reconocer humildemente que esos tales procariotas son la forma de vida dominante en la biosfera terrestre, los determinantes de nuestro destino.  Definitivamente, no se puede insultar con comparaciones biológicas a quien conoce y ama la vida.

Ese es el problema con los insultos.  Casi siempre se refieren a jerarquías, tratando de arrojar al insultado al fondo de la misma.  Pero las jerarquías se basan en la ideología, no en la ciencia.  Por ejemplo, la creencia en la superioridad y distinción cualitativa de la especie humana con respecto al resto de animales y seres vivos proviene de ciertas fantasías religiosas inventadas en sociedades jerarquizadas.  Para que el insulto funcione debe haber una ideología compartida entre el insultador y el insultado. 

Por eso me da risa cuando a mí o a cualquier otro lo intentan descalificar con el epíteto “positivista”, como el peor de los insultos académicos.  ¿Sabrán de qué están hablando?  No soy positivista, pero ya quisiera tener yo la talla de cualquiera de los miembros del Círculo de Viena.

En estos días me calificaron de “cientificista”.  ¡Tremendo elogio!  Inmediatamente recordé el libro de editorial Laetoli titulado precisamente Elogio del cientificismo, un texto muy recomendable que cuenta con una pléyade de autores. 

La falacia “espantapájaros” campea en todos esos fallidos insultos.  Surgen de la ignorancia y de cierta forma reflejan el fracaso de nuestro sistema educativo.  Varias veces he escrito sobre el tema en columnas de El Unicornio o en artículos de revistas académicas.  Ya va siendo hora de volver a profundizar en el asunto en un momento histórico para Colombia, cuando se cocinan importantes reformas.  Pero en el campo de la educación y la cultura no es una reforma lo que se necesita, sino una revolución.  Volveré.

@jsenior2020

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