Por YESS TEHERÁN
Hace un par de días en una entrevista para Los informantes Juan Fernando Petro aseguró que en su adolescencia fue diagnosticado con Asperger y que su hermano, el presidente Gustavo Petro, también porta dicha condición.
Lo primero que llamó mi atención de su declaración fue que no sustentó su dicho en un diagnóstico de profesional de la salud, sino que lo hizo por extensión a su supuesta condición. Lo segundo son los términos que usa para fundamentar su declaración. Y cito: “Él habita en su propio universo, que está en su cabeza. A veces el mundo no existe allá afuera”.
Los titulares sensacionalistas no se hicieron esperar. La idea de que un personaje tan mediático como Gustavo Petro, más allá de su estatus de presidente, puede tener una condición dentro del espectro autista, provocó una avalancha de reacciones, mayormente adversas, incluso aludiendo una supuesta incapacidad para gobernar. Él, por su parte, tuvo que aclarar a través de su cuenta de X (antes Twitter) que nunca fue diagnosticado.
Como madre de un niño autista, la situación me generó un profundo rechazo. Ahí se destapa un país que discrimina al diferente e ignora por completo los matices y alcances de un diagnóstico de autismo. Para empezar, los autistas no viven en un mundo aparte, o en su propio mundo, como suele afirmarse a la ligera; son miembros de esta sociedad, compartimos con ellos su espacio vital y como todos los humanos, tenemos una forma única de verlos, de apreciarlos.
También es dañino quedarse con ese concepto reducido de que los autistas son “genios”. Si bien es cierto que dentro del espectro ha habido personajes en la historia que se han destacado en alguna disciplina, esto no significa que sea implícito a todos los que comparten dicho: hay autistas de bajo, mediano y alto funcionamiento, siendo éstos últimos los denominados Asperger. Esto se va reflejando en su desarrollo y los hace, como a todos los seres humanos, únicos.
Una de mis mayores preocupaciones desde que mi hijo recibió ese diagnóstico, fue precisamente la forma en que este país trata a quienes se salen del molde, aquellos que no encajan en un concepto homogéneo. A lo largo de estos años he observado, decepcionada, cómo les dirigen miradas de lástima, de desaprobación o rechazo, como si portáramos una enfermedad contagiosa o fuese mi culpa de mi hijo que a veces actúe distinto a cómo lo haría un niño de su edad.
Que las redes sociales se hayan agitado con opiniones extremas sobre el autismo y que ello provocara que el presidente tuviese que aclarar que nunca fue diagnosticado con Asperger, es un síntoma inequívoco de que nos falta mucho para que la igualdad deje de ser un concepto abstracto, algo ajeno a quienes no siguen los patrones preestablecidos y que, por ese simple hecho, deben ser excluidos de cualquier espacio social, como si de tajo se tratara de un ser discapacitado. Este país tiene una deuda con todas las personas que pertenecen a una condición cognitiva distinta. Como dijo Silvio Rodríguez en su canción Cita con ángeles, “seamos un tilín mejores y mucho menos egoístas”.