Podría hacer una lista más larga, pero escogí los tres personajes del título para puntualizar sobre idolatrías mediáticas y modas. Sin duda, Nikola Tesla, Frida Kahlo y Stephen Hawking fueron tres talentosos individuos. En vida tuvieron múltiples reconocimientos: Tesla ganó la Medalla Edison en 1916 y durante décadas fue el showman favorito de los periódicos de la época con sus espectáculos; Frida fue una pintora mexicana que trascendió fronteras hasta el punto de exponer primero en Norteamérica y Europa que en México; y Hawking fue un bestseller con sus libros de divulgación, que lo convirtieron en el científico más famoso del momento en la vuelta de siglo y milenio. Los tres se han convertido en íconos de las redes sociales y, de hecho, son auténticos memes que se viralizan en las mentes juveniles. Los adolescentes y estudiantes de carreras técnicas admiran a Tesla, las feministas adoran a Frida y los nerds idolatran a Hawking.
Se podría pensar que si de ídolos juveniles se trata, más vale que lo sean un inventor, una verdadera artista y un científico teórico, en vez de los reguetoneros, futbolistas e influencers que cautivan a las masas en niveles aún mayores. Al menos aquellos estimulan talentos en ingeniería, arte y ciencia, mientras que estos lo que incentivan es la alienación. El problema es que la idolatría es siempre una lente que distorsiona la realidad. Y los ídolos suelen tener pies de barro.
Sostengo que Frida Kahlo dista mucho de ser una Van Gogh o una Leonarda da Vinci en la historia del arte; que Stephen Hawking no le da ni por los tobillos a Einstein o a Newton, quienes protagonizaron asombrosas revoluciones científicas; y que Nikola Tesla no inventó ni la mitad de las cosas que se le atribuyen y no es ni la sombra de la leyenda urbana en que se ha convertido a punta de memes y videos de YouTube fabricados por teslalovers.
Afirmar las tres tesis anteriores no implica desconocer el talento y realizaciones de cada uno, sino simplemente ponerlos en el lugar merecido, ponderar con la máxima objetividad posible su talla histórica, y desmitificar al ser humano sin el deslumbramiento de las falsas aureolas. Mejor si se levantan chispas ante tamaño atrevimiento.
No es casualidad que los tres hayan tenido películas comerciales o se hayan convertido en marcas de grandes ventas, desde artesanías y libros hasta carros eléctricos. Monumentos y atractivos turísticos hacen gravitar a sus admiradores por miles. Los tres mitos cohabitan en el reino del merchandising.
Exceptuando a Hawking, los otros dos han sido instrumentalizados políticamente por grupos interesados, como si Frida hubiese sido un modelo de heroína feminista o Tesla un paladín anticapitalista. Nada más lejos de la realidad. Dudo que la patética relación de Frida y Diego sea consistente con ideales feministas por más que Salma Hayek endulce la píldora. Que Tesla, aliado de magnates como Westinghouse y Morgan, haya sido un soñador estrafalario y mal negociante no lo convierte en socialista, ni mucho menos en un lúcido líder político que nunca fue ni de cerca.
No obstante, que estas tres figuras hayan sido infladas más allá de su talento y mérito real no es mero artificio de medios y redes. Y aquí viene mi hipótesis: hay una razón psicológica que atrae en estos tres personajes y se puede palpar en sus biografías. Los tres están marcados por el sufrimiento y la tragedia, sus vidas se salen de lo ordinario, bordean la locura, la enfermedad y la muerte. En últimas son tres héroes trágicos, que no encajan en la sociedad, enfrentados a un mundo que trata de aplastarlos y que finalmente los derrota, pero no sin antes dejar la semilla del mito sembrada para que sus fans del siglo XXI la cosechen.
En Frida es muy clara la inseparabilidad de vida y obra. Su pintura no resalta por sus cualidades técnicas ni su virtuosidad pictórica sino por la intensidad y fuerza del dolor auténtico que en ella se expresa. Su obra se alimenta enteramente de su emocionante biografía y como en el ideal romántico rousseauniano expresa el verdadero ser interior. Si se examina la secuencia de precios de sus cuadros se observa una progresión geométrica, una valoración que crece exponencialmente desde los años 90 en correspondencia con su construcción ascendente como ícono. Tal revaloración estratosférica no deja de ser una ironía post-mortem para la defensora del arte popular.
Stephen Hawking es un científico como muchos otros, pero su enfermedad lo catapultó a la fama y la supo aprovechar. Jacob Beckenstein tiene méritos similares a Hawking, pero, ¿quién lo conoce? Cuando murió, el 3-14 de 2018, lo compararon sin más con gigantes del panteón científico que dejaron huellas mucho más profundas en la historia de la ciencia. En ese momento escribí un obituario en contravía en un diario de mi ciudad (ver aquí), pero creo que me quedé corto. Convertido en estrella, la marca Hawking empezó a producir superventas editoriales de divulgación científica, libros que brindan una imagen distorsionada de la ciencia y que denigran de la filosofía, poniendo a su autor en ridículo antes sus pares. Sus entrevistas y pronunciamientos desafortunados sobre lo divino y lo humano reforzaron a sus críticos, como el astrofísico y filósofo Gustavo Romero, quien ha acusado a Hawking de convertir la cosmología en un circo (ver aquí).
Nikola Tesla (ver biografía) tenía una mente prodigiosa pero padecía desde joven un trastorno obsesivo compulsivo. Su ingenio inventivo predominó en su juventud y obtuvo cientos de patentes, aunque pocas aplicaciones rentables. Pero en la segunda mitad de sus 87 años de vida, desvarió, su mente se descarriló. Proyectos descabellados lo llevaron a la ruina, perdió la confianza de los inversionistas, y se hundió en ideas especulativas y locuras esotéricas. Nunca entendió las maravillosas revoluciones de la física que sucedieron en su época: la relatividad y la cuántica. Al final, el balance es paradójico: fue un gran inventor, pero pésimo científico.
Como rezan los memes antidevotos: ¡se tenía que decir y se dijo!