Turbay Ayala y la corrupción «en sus justas proporciones»

Por GERMÁN AYALA OSORIO

Ahora que los expresidentes Ernesto Samper y Andrés Pastrana intentan por cuenta de viejas rencillas regresarnos a los tiempos del Proceso 8.000 y a la financiación mafiosa de las campañas presidenciales, vale la pena reflexionar sobre el ethos mafioso que los llevó a ambos a tener relaciones con los hermanos Rodríguez Orejuela de manera directa o indirecta a través de periodistas, políticos y personajes como Santiago Medina, Alberto Giraldo y la “Monita Retrechera”, entre otros.

Ethos mafioso que la sociedad colombiana en su conjunto naturalizó, a juzgar por la ocurrencia y exacerbación de los actos de corrupción. Baste con recordar los casos de El Guavio, Granahorrar, Chambacú, Reficar, Odebrecht o Hidroituango, y recientemente lo de los 70 mil millones de pesos que se embolataron por la negligencia de la ministra Abudinen y su equipo de trabajo.

Quizás si se hubiese tomado en serio  aquella frase célebre de ese “intelectual” llamado Julio César Turbay Ayala: “hay que reducir la corrupción a sus justas proporciones”, no estaríamos padeciendo los altísimos niveles de corrupción pública y privada que hoy exhibe Colombia. Como Turbay Ayala no explicó cuáles serían  esas justas proporciones, podemos esperar que los casos de Odebrecht, Reficar y la Mintic puedan ser superados en monto y cinismo por parte de sus protagonistas. Por lo visto, no hay techo para los corruptos. En tal medida, deberíamos reconocer que Turbay Ayala nos hace falta para que nos ilumine sobre los límites que debemos ponerle a la corrupción.

Lo curioso -o aberrante- es el silencio de la Academia y otros actores de la sociedad civil frente a la corrupción desatada a todo nivel. Pareciera que todos están cómodos con ese tipo de prácticas que no solo erosiona la confianza en los políticos, en la política y en la operación del Estado, sino que elimina cualquier asomo de conducta ética. Ya el abogado Abelardo de la Espriella -defensor de los más grandes corruptos- dijo que la “ética nada tiene que ver con el derecho”.

Con la reincorporación a la vida social de los combatientes de las Farc-Ep, esa parte de la sociedad que creía que el único problema del país eran las guerrillas está abriendo los ojos y tratando de entender que el gran  inconveniente de los colombianos está en el ethos mafioso, que en lugar de distancias a los expresidentes Pastrana y Samper los los conecta como exponentes de lo que somos como sociedad.

Así las cosas, como testigos protegidos de las redes clientelares y de la corrupción pública y privada, los expresidentes colombianos deberían de tener un mínimo acto de grandeza con el país y de manera voluntaria, como en su momento hizo Belisario Betancur, se retiraran de la vida política, puesto que ninguno es referente de moralidad y ética.

Insisto, si se le hubiera hecho caso  a ese “sabio” de voz nasal y fuente de inolvidables chistes, cuando advirtió que era posible reducir la corrupción a unas aún no evidentes justas proporciones, seguramente no se hubiesen embolatado los 70 mil millones del contrato con Centros Poblados, sino solo 35 mil millones, digamos. Así como la guerra tiene límites y reglas, la corrupción también.

¡Ánimo corruptos!, denle ese regalo al país que han desfalcado o abudineado por más de 100 años.

@germanayalaosor

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