Por HUMBERTO TOBÓN*
La pandemia del Covid-19 no sólo ha traído desastrosas secuelas socioeconómicas, que se ven retratadas en un aumento desmesurado de la pobreza y el desempleo, sino en afectaciones a la salud mental.
Antes de la pandemia ya se evidenciaban cifras críticas sobre las condiciones mentales y emocionales de las personas, obligando a las autoridades a manifestar su preocupación y adoptar programas especializados de atención, especialmente dirigidos a los jóvenes, donde se vio aumento en el número de intentos de suicidio, algunos de ellos consumados.
Durante el largo proceso de restricción a la movilidad, que impidió que la gente pudiera desarrollar su vida cotidiana en libertad, con el objetivo de frenar la rápida expansión del virus, los integrantes de las familias enfrentaron problemas de convivencia, aislamiento social, soledad, estrés, tristeza, melancolía, abandono y desesperanza.
Ahora que la sociedad está en una fase de reacomodo ante la nueva realidad, se empiezan a evaluar las consecuencias mentales heredadas de ese año atípico y frustrante.
Esas consecuencias se relacionan con la infelicidad de las personas, que han visto disminuir la alegría de vivir, el deterioro de las relaciones familiares, la pérdida de amistades y la muerte de seres queridos, unidas a la caída de los ingresos monetarios, el desempleo y la desigualdad en los beneficios de la recuperación económica.
Muchas personas prefirieron enfrentar su soledad y los efectos sociales y económicos de la crisis, refugiándose en las drogas, el tabaco y el alcohol, que han deteriorado su estado de ánimo, generándoles emociones de tristeza, disgusto, miedo, culpa, aburrimiento, ansiedad y confusión, que deben ser tratados a través de una política pública de salud mental.
La intervención conjunta de los gobiernos, las autoridades de salud, las familias, el sector educativo y los empresarios en el marco de una política pública, es indispensable y urgente. Así lo manifiesta el director de la OMS Tedros Adhanom Ghebreyesus, “muchos de los factores de riesgo para la salud mental siguen estando muy presentes”.
En Colombia ya existe una política nacional de salud mental, cuyo fin es el desarrollo integral y la reducción de riesgos asociados a los problemas y trastornos mentales, el suicidio y la violencia interpersonal.
Sobre el suicidio, la Organización Mundial de la Salud reveló que anualmente pierden la vida más personas por esta causa que por VIH, paludismo y cáncer de mama y que el suicidio entre los hombres es 2,5 veces superior al de las mujeres, teniéndose para ellos una tasa de 12,6 por cada 100.000 hombres.
A pesar de que el suicidio es la cuarta causa de muertes entre los jóvenes, menos de 40 países en el mundo tienen una estrategia para su prevención. Por ello, se trazó en los Objetivos de Desarrollo Sostenibles la meta de reducir en un 33% la tasa mundial de suicidios a 2030, con base en las cifras de 2015. En Colombia debe existir un compromiso en esta misma dirección.
@humbertobon
* Estos conceptos no comprometen a la RAP Eje Cafetero, de la que soy Subgerente de Planeación Regional