Por GERMÁN AYALA OSORIO
En el curso de la historia la universidad se ha asumido como un espacio en el que deben -o deberían- tener cabida todas las perspectivas de análisis, ideas, proclamas y discursos. Es decir, una suerte de ágora universal a la que se llega para discutir y discurrir en un ambiente «adulto», donde la confluencia de ideas como responsabilidad, autonomía y libertad confluyen en la búsqueda de independencia por parte de quienes encontraban en sus familias ataduras y procesos de dominación de los que era necesario zafarse.
Pasar del colegio a la universidad significaba dar un paso gigante en la afirmación del carácter contestatario con el que era asumida por los jóvenes que no buscaban solo profesionalizarse, sino sentirse adultos, o sea libres para tomar decisiones. La universidad fue y sigue siendo ese escenario para el crecimiento intelectual y personal, fruto de unas ideas de libertad, autonomía e independencia con las que fuera posible desprenderse un tanto del control de los padres.
Ahora bien, se un tiempo para acá en universidades públicas y privadas se realizan reuniones de padres de familia, situación que podría verse como un retroceso desde la perspectiva planteada líneas arriba. ¿Padres de familia pendientes de sus hijos universitarios? Hay que reconocer que en la pregunta confluyen el asombro y quizás la desazón de quienes creen aún que ingresar a la U constituye un paso propio de una anhelada adultez, para la cual no se necesita sino haber cumplido los 18 años.
No es fácil encontrar explicaciones a este fenómeno sociocultural. Atino a señalar, inicialmente, que dichas reuniones están enmarcadas en el empobrecimiento de la condición del ciudadano, situación que daría vida a la categoría ciudadano-cliente, con un agravante: los ‘clientes’ ya no son los estudiantes exclusivamente, sino también los padres de familia. La presencia de estos últimos para recibir informes de sus hijos universitarios, pondría a funcionar la categoría ciudadano-cliente en función no solo de exigir la prestación de un servicio educativo de calidad, sino de vigilar y controlar a quienes, al parecer, aún no están listos para asumir la libertad, la autonomía y la independencia.
El fenómeno debería suscitar una profunda reflexión, tanto en los núcleos familiares como en las propias instituciones universitarias, con el propósito de que revisen muy bien los niveles de dependencia que aún mantienen con los padres, o quizá los miedos a exponerse, con todo e ideas, en un escenario proclive para el debate y la confrontación de las ideas.
No puede permitirse que la universidad como institución se transforme en un “colegio grande”, donde profesores y directivos deban lidiar con los problemas y vacíos que debieron resolverse en los colegios. Trasladar a los campus universitarios esos asuntos no resueltos en la secundaria, que serían del resorte exclusivo de la vida familiar, como el manejo de la autonomía y la responsabilidad, bien puede entenderse como un retroceso, fruto de un proceso-juego de infantilización de la sociedad al que es urgente ponerle cuidado.
@germanayalaosor