Por GERMÁN AYALA OSORIO
Han pasado ya 11 días desde que los cinco magistrados de la Sala de Instrucción de la Corte Suprema de Justicia dictaron medida de aseguramiento contra el expresidente y congresista Álvaro Uribe Vélez. Decisión que, a pesar de haberse tomado en derecho y de acuerdo con el material probatorio, ha sido asumida por el propio afectado, por Iván Duque Márquez, miembros del Centro Democrático, periodistas-estafetas y claro, por áulicos que tratan de incendiar el país desde las redes sociales, como una decisión política asociada a una persecución. Por supuesto, se trata de una argucia, propia de quienes por largo tiempo se han sentido intocables ante la Justicia.
El 4 de agosto de 2020 constituye, desde ya, una fecha memorable, por varias razones a saber: porque el teflón y de allí el carácter de “intocable” de Uribe Vélez, cayeron por la fuerza de lo encontrado y analizado por los cinco magistrados, en relación con las acciones adelantadas por el senador antioqueño conducentes a manipular testigos y por esa vía, incurrir en el delito de fraude procesal y compra de testigos; actividades estas nada acordes con su condición de expresidente. Y es que en este aspecto hay que señalar que Uribe jamás se sintió cómodo como Jefe de Estado. Su condición de ganadero, latifundista, caballista y de <<rufián de esquina>>, como lo llamó en su momento Juan Manuel Santos, siempre la puso por encima de su dignidad presidencial, la misma que mancilló durante sus ocho años de mandato.
De las reacciones de su séquito de fanáticos hay que recordar amenazas como las de “incendiar el país”, provocar una “guerra civil”, emplazamientos a una incomprendida idea de “resistencia civil”, pasando por el llamado urgente a una Asamblea Constituyente que, con un carácter vindicativo, logre por fin diseñar una sola Corte, afín a los intereses del “uribismo”. Recientemente anunciaron una “tutelatón”, para buscar devolverle la libertad a la menguada figura de lo que para unos pocos constituye casi una deidad. Semidiós que hoy no solo está en desgracia, sino que arrastra el cansancio de gran parte de la sociedad y del propio Establecimiento, que rechazan su forzada vigencia mediático-política, su arrogancia, ordinariez, megalomanía y el afán de concentrar más poder.
La evidente soledad del vulgar capataz o patriarca contrasta con el afán de periodistas-estafetas de medios y programas radiales como Caracol, CM&, RCN, La W y La FM, de limpiarle la impúdica imagen y por esa vía, unirse al mini coro del que hace parte el subpresidente Duque, quien a voz en cuello exige la libertad del reo 1087985.
Esas empresas mediáticas y los periodistas que hoy coadyuvan a extender en el tiempo a un Duque extralimitado en sus funciones, claramente dejaron de actuar dentro de los principios y la deontología del periodismo, para ubicarse como agentes político-electorales encaminados no solo a mantener sus propios privilegios, sino a los de una clase empresarial y política en buena parte responsable de los graves problemas que como República arrastramos.
En ese juego, a todas luces peligroso e inconveniente, la credibilidad del oficio del periodismo se agrava aún más. Se suma a ello, la confusión conceptual que arrastran los colegas periodistas que acompañan la “causa uribista”, entre dos libertades: la de prensa y la de opinión; así mismo, entre informar con veracidad e independencia, a servir como ruedas de transmisión de unas lecturas ancoradas fuertemente al proyecto desinstitucionalizante que siempre orientó Uribe Vélez, y que se concreta en lo que él mismo llama el Estado de Opinión. Insiste el exMesías en que se trata de un estadio superior al Estado Social de Derecho.
Lo que ocultan los periodistas-estafetas es que detrás de la nomenclatura «Estado de Opinión» subsiste el proyecto dictatorial con el que siempre soñó el millonario y ordinario hacendado. Veremos en los días que siguen, qué otras acciones o ideas implementan los adoloridos feligreses al ver que su “Héroe” se desmorona en el propio fango del que emergió. Por ahora, quienes apoyamos la decisión tomada al interior de la Sala de Instrucción de la CSJ y creemos en la autonomía de los poderes públicos y en la armonía institucional, no esperamos que Iván Duque dé ejemplo y actúe con sindéresis, pues sabemos de su talante sumiso y de su incapacidad para discernir entre comportarse como un ciudadano del común, o actuar y pensar como Jefe de Estado.