Por GERMÁN AYALA OSORIO
La violenta reacción de ciertos áulicos de Álvaro Uribe por la designación de Iván Velásquez como ministro de Defensa tiene un contexto: la militarización de la democracia colombiana, fruto de un largo y efectivo proceso de ‘heroización’ social, político y mediático de los militares.
Durante más de 50 años de conflicto armado interno, la sociedad había erigido a los soldados como heroicos pivotes sobre los cuales la democracia se sostenía. Más claro: los alcances del régimen democrático pasaban por la aprobación tácita de la cúpula militar, lo que significaba en la práctica un nulo sometimiento al poder civil por parte de los uniformados. Las políticas de seguridad de varios presidentes, incluidas las de paz y la doctrina del enemigo interno, extendida y aplicada a civiles, fueron por largo tiempo la expresión de un Estado militarista, que validó el progresivo debilitamiento de la condición civil, asumida como floja, incapaz de tomar decisiones e indisciplinada a la luz de lo que en el mundo castrense se entiende por disciplina.
En tantos años de guerra interna, sucesivos gobiernos asumieron a los militares como salvadores probos, lo que consolidó la idea de que auscultar el gasto militar y vigilar las actuaciones de oficiales y suboficiales dentro y fuera de los campos de batalla, era considerado como una acción irrespetuosa o enemistosa con quienes habían contenido la llegada del socialismo y del comunismo, evitando el triunfo de las guerrillas. Les recordaba, quizás, los tiempos del Síndrome de la Procuraduría, situación que sirvió para que los paramilitares asumieran tareas sin los riesgos que implicaba para los militares ejecutar cualquier operativo contrainsurgente.
Esto a su vez dio pie para que miles de civiles adoptaran un discurso belicista, incluso comportamientos muy propios de los uniformados. Recuérdese al ‘uribisto, Andrés Felipe Arias, de esa misma casta. A través de formas de violencia simbólica, física y cultural (machismo y sociedad patriarcal), portar un uniforme camuflado fue considerado como un factor clave en términos políticos. Esto se traducía en que los presidentes de la República estaban obligados a poner ministros de Defensa cercanos a la milicia, hijos de militares, nacido en el Hospital Militar y que hubiesen prestado el servicio militar; o que mostraran una inocultable propensión a hacerse los de la vista gorda con la administración de los recursos entregados para enfrentar los desafíos del “enemigo interno”.
Una vez logradas las simpatías sociales, la penetración del discurso privatizador en las huestes castrenses empezó a consolidar el ethos mafioso que la “doctrina” uribista logró inocular en disímiles espacios institucionales, privados y estatales. Fue así como Uribe ´pudo manejar a las fuerzas armadas, en particular al Ejército, bajo un carácter corporativo, despojadas del espíritu colectivo y de servicio con el que se esperaría que operaran en un Estado social de Derecho. Más claro: Uribe Vélez había al Ejército y a la Policía en uno más de sus instrumentos de poder y de control político. En los tiempos del DAS Uribe Vélez manejó desde esa, su central de Inteligencia personal, la seguridad del Estado; como si fuera una más de una de sus haciendas.
Así, el hoy imputado expresidente debilitó y mancilló no solo la mística y el honor militar, sino su sentido de servicio. Razón le cabe al periodista Jorge Gómez Pinilla cuando advierte que la llegada de Velásquez a la cartera de la guerra no es otra cosa que la “expropiación del Ejército” al llamado uribismo. Al final, la corrupción al interior de las fuerzas construyó perversas lealtades con el poder civil (con el presidente Uribe y con las bancadas de gobierno en el Congreso).
En su cuenta de Twitter, el recién designado Mindefensa dijo esto: “Un gobierno para la paz no puede generar venganzas ni promover odios, pero tampoco proteger impunidades. No puede perseguir, pero tampoco encubrir. Así debe ser la magnanimidad del gobernante”. Justamente, lo que les preocupa a los uribistas es que no podrán contar con un ministro amanuense que les acolite las prácticas nocivas que se venían naturalizando desde los años 80,y qye desde 2002 se volvieron rutinarias.
Las resistencias y las molestias que hoy están promoviendo en las huestes castrenses medios como Semana, El Colombiano y El Tiempo tienen el oscuro propósito de promover renuncias de generales o coroneles con mando de tropa; igualmente, buscan que, para eventos muy precisos, se justifique la no operación militar por el malestar con el nuevo ministro. Están jugando con candela.
@germanayalaosor