Venezuela: allá viene la bola

Por YEZID ARTETA*

Venezuela no es un tema menor. No es una mera lucha entre el bien y el mal, como lo describen los propagandistas de medio pelo. Dios está con nosotros, afirmó la señora Corina Machado. ¡Te fuiste, WhatsApp! Si te he visto no me acuerdo, exclamó Nicolás Maduro. Venezuela es un tema mayor. Es una pieza relevante en el mapa político mundial. Más que su vecina Colombia. Venezuela está asentada, literalmente, sobre una cama de oro y una laguna de petróleo, amén del gas natural, el hierro, la bauxita, el coltán, el cobre, los diamantes y un largo etcétera. La abundante riqueza ha sido su condena.

“Y donde se detenía la “Bola” se instalaba el cataclismo: volarían las techumbres, las romanillas, las rejas, las mamposterías, los árboles, las estatuas, los fuertes, como en ciudades antiguas condenadas a ser arrastradas por la ira del vencedor.” Lo anterior es un fragmento de la Consagración de la Primavera, la exuberante obra de Alejo Carpentier, quien se afincó en Venezuela durante catorce años. El escritor franco-cubano fue testigo ático de la transformación del país a partir del petróleo. El crudo trajo la “Bola”. Buldóceres que derribaron a la vieja Caracas para levantar sobre sus escombros una nueva metrópolis, moderna, rica, empresarial. Alrededor de la capital iban multiplicándose las “casas de cartón”, como describió el cantautor Alí Primera a las miserables ratoneras en las que vivían y viven millares de venezolanos. Algo estaba pasando. ¿Cómo explicar que entre más riqueza material, más pobreza estructural?  

¿Hacía dónde iba la riqueza venezolana? A un puñado de familias que vivían como príncipes, mientras que la mayoría siguió viviendo igual o peor. El alto costo de la vida sólo lo podían sostener las familias enganchadas a los eslabones más sólidos de la cadena del crudo. “El Caracazo” de 1989 con cientos de muertos y el ascenso del coronel Chávez en 1999 fueron el colofón de una situación insostenible. Una salida de manual.

Mientras que en países como Noruega emplearon el petróleo para salir de la pobreza y establecer un potente estado de bienestar, en Venezuela pasó lo contrario. Allí se estableció un modelo de sociedad rentista que hasta el día de hoy no ha podido explotar e invertir racionalmente las riquezas naturales. Colombia, Viejo Topo, no está para dar lecciones a Venezuela sobre el uso de los recursos naturales. El petróleo de Arauca, Casanare, Catatumbo y Putumayo no ha significado progreso para estas regiones. El gas y el carbón de La Guajira y Cesar han sido, irónicamente, fuentes de corrupción y pobreza extrema en los dos departamentos costeños.

Los ojos del planeta, especialmente del mundo de los negocios, estaban atentos a la liza electoral en Venezuela. Desde el estallido de la guerra en Ucrania y la desestabilización del Medio Oriente por los ataques en Gaza y Líbano, los combustibles fósiles mandan la parada. Venezuela los tiene en cantidad inmensurable. Esto lo han visto con claridad Lula, López Obrador y Petro. Saben que Venezuela es una bomba de relojería que es menester desactivarla. Con diálogo, diplomacia, sensatez y realismo. Una chispa en Venezuela puede traer una conflagración regional que arrastre a Colombia y tensar las relaciones entre países que, a pesar de las diferencias ideológicas, no desean un escenario de guerra en Latinoamérica. Un teatro de guerra en el que se vean involucradas potencias de ultramar.

La vaina, Viejo Topo, va más allá de la señora Corina Machado y el presidente Nicolás Maduro. A veces te vuelves tan provinciano que no ves más allá de lo que ocurre en tu pueblo. Take it easy boy, dijo el gringo.

@Yezid_Ar_D

* Tomado de la revista Cambio Colombia

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