Por GERMÁN AYALA OSORIO
Cientos de miles de ciudadanos en este platanal con bandera llamado Colombia suelen ver a la familia presidencial como lo más parecido a una familia ligada a la realeza. Ello supone que sus miembros se comporten a la altura de semejante dignidad, lo cual significa caminar y actuar en público como si se hubiera tragado un paraguas, con garbo, elegancia y sobriedad, comportamientos que muchos «ciudadanos súbditos» suelen esperar de sus amados reyes, esto es, del presidente de la República y sus parientes más cercanos.
En lo que corresponde tanto a las reinas de belleza como a la primera dama, las exigencias de dichos ciudadanos súbditos suelen tener el mismo molde. Por ello, si en el escenario irrumpe una mujer que baila con alegría en el Carnaval de Barranquilla, entonces empiezan las críticas. Les leí a por los menos dos tuiteras que acostumbran despacharse contra Verónica Alcocer, ciertos trinos donde la señalan de ser una “brincona que baila sin brasier, saltona y ordinaria…”. Solo porque bailó en público en desarrollo del Carnaval. Lo del brasier las debe tener al borde del escándalo, porque la prenda suele estar asociada a las costumbres y exigencias de la sociedad machista y patriarcal en la que aún viven esas tuiteras.
Estas ciudadanas-súbditas exigen que la primera dama se comporte de acuerdo con la dignidad que representa: acartonada, sumisa y respetuosa de su esposo, fiel a los protocolos “reales”. Son parámetros que devienen atados a la historia política y social del país, en las que el machismo asume a las mujeres como figuras decorativas en lo público… y esclavas sexuales en lo privado. En este contexto, sus actividades y opiniones están restringidas a una regla básica: no pueden opacar la imagen del marido (en este caso el presidente de la República) y mucho menos salir a bailar como si se tratara de una inquieta adolescente.
El espíritu festivo y alegre de Verónica Alcocer se diferencia de las imágenes proyectadas por sus antecesoras. De la esposa de Iván Duque se recuerda su carácter clasista expresado en el uso de oficiales de la Policía para que la protegieran del sol o de la lluvia, con una sombrilla. Eso sí, una sombrilla real. Seguramente le aprendió a la entonces vicepresidenta, Martha Lucía Ramírez, especie de duquesa venida a menos, que le entregaba su pesada cartera a oficiales (mujeres) del Ejército como si fueran parte de su servidumbre. De la compañera de Juan Manuel Santos por el contrario se recuerda su sobriedad, garbo y buen gusto, características muy propias del linaje de la rancia familia Santos.
En lugar de poner el foco en las maneras en las que Verónica Alcocer se goza la vida como primera dama, lo que deberían de hacer las ciudadanas-súbditas es indagar sobre los nombramientos de sus amigas en cargos públicos relevantes y de los procesos judiciales por parapolítica en los que está envuelto su primo Mario Fernández Alcocer.
Curiosamente, esas tuiteras siguen atadas a la Colombia machista, al tiempo que siguen encadenadas al sueño de vivir bajo las viejas monarquías. Y a lo mejor creen en el sueño pendejo que las hace buscar a un príncipe azul. Ojalá que cuando lo encuentren, no les dé por salir a mover el jopo y sin brasier.
@germanayalaosor