Oscar Iván Zuluaga decidió inmolarse. Esto significa que no señalará a nadie del Centro Democrático, y menos al dueño del letrero de ese partido, Álvaro Uribe. Él asumirá toda la responsabilidad de lo acontecido, pese a que una parte del país espera con ansiedad que señale al expresidente, quien, como en otros hechos y escándalos, siempre sale limpio. Baste con recordar las chuzadas del DAS y los ‘falsos positivos’ para suponer que al interior de esa secta-partido existe una especie de pacto ‘de sangre’ consistente en evitar que su máximo líder sea señalado como copartícipe de actos corruptos, crímenes o hechos innobles (como la violación carnal a una periodista, por ejemplo).
A pesar de la recomendación que le hizo el sacerdote Arturo Uría, Zuluaga se irá solito al cadalso y se pondrá la soga al cuello, sin señalar a nadie más en el entramado de corrupción que hay detrás de la entrada de dineros de la multinacional Odebrecht a su campaña.
La decisión del exministro de Hacienda y alfil del uribismo puede asociarse a sentimientos de miedo e incluso de desespero para salvar a su hijo, también comprometido penalmente en el escándalo político-judicial. Pero igual puede estar relacionada su actitud sumisa con un asunto de clase. Y en este punto viene a mi mente lo sucedido con el entonces ministro de Defensa de Ernesto Samper Pizano, involucrado en el escándalo derivado del proceso 8.000.
Perteneciente a una de las familias más prestantes de la élite bogotana, Fernando Botero Zea reconoció su responsabilidad política y ética en la entrada de dineros del Cartel de Cali a la campaña presidencial de Ernesto Samper, y además lo señaló, al afirmar que él sabía de esos ingresos. Cierto o no que Samper haya sabido, las aspiraciones políticas de Botero eran evidentes: estaba buscando ser presidente de la República. Por esa razón hay quienes aún piensan que lo hecho por Botero se llama traición. Deslealtad o no, Botero lo hizo amparado en su condición de clase.
No se puede esperar lo mismo de Zuluaga, pues su carácter gregario, medroso y pusilánime constituye el mayor impedimento para que prenda el ventilador contra su jefe político, como sí lo hizo en su momento Fernando Botero. Así las cosas, esa parte del país que espera que Zuluaga abra la boca para sindicar al expresidente Uribe Vélez se quedara con los crespos hechos. No creo, entonces, que Oscar Iván Zuluaga tenga los “cojones” suficientes para prender el ventilador. Su silencio – y él lo sabe- es la garantía de que el círculo de poder mediático, político y jurídico hará lo que esté a su alcance para sacar limpio a su hijo.
Queda claro que no es lo mismo llevar el apellido Botero que el apellido Zuluaga. Aquí juegan la tradición y el linaje. Fernando Botero manchó en materia grave el nombre de su padre y el de todos los miembros de su prestante familia. Zuluaga se inmolará a pesar de la recomendación de su cura confesor, porque asume que su origen de clase no le da para enlodar a un expresidente de la República.
@germanayalaosor